Khajuraho

– Venga a mi tienda por favor. Muy muy barato. Buena calidad.

– No gracias.

– ¿Qué necesita? ¿Necesita un guía? ¿Una barca? ¿Un rickshaw?

– ¡NECESITO A DIOS!

Le contesto gritando, alzando los brazos y mirando al cielo. El vendedor abre mucho los ojos, y me mira con perplejidad y cierto asombro. Se queda clavado en el sitio mientras continuamos caminando por el mercado principal de Varanasi. No nos volvería a dar la pelmada desde entonces, a pesar de ser ya la quinta vez que nos venía con la misma cantinela. Y al muchacho energías no le faltaban.

A los indios les encanta hablar, y a veces son muy pesados. Es difícil distinguir si te hablan para venderte algo o solo para practicar inglés. O porque se aburren. Cuando no saben inglés, simplemente se quedan mirando como estatuas. Y si saben algo de castellano date por jodido, te espera media hora de una conversación de besugos.

Familia de turistas en Khajuraho. Vía EPD.

Familia de turistas en Khajuraho. Aprovechamos para sacarles unas cuantas fotos. Ya que estaban ahí… 😆

Pero los de anoche no eran de esta clase. Su pesadez se basaba en no parar de hablar entre ellos todo el rato. Y cuando digo todo el rato me refiero a dar la brasa sin parar desde las once de la noche hasta las cinco de la mañana.

Cuando nos fuimos a dormir el niño que jugaba al videojuego de trenes (Shaurya) comenzó a moverse constantemente en la litera, dando patadas y puñetazos al techo. Al apagarse las luces entró en una especie de trance hiperactivo, como si le hubieran dado dos litros de café con el thali que se había cenado. O quién sabe, quizás fueran los efectos del picante. El caso es que sus padres actuaban como si esto fuera algo normal, pasando del tema. El resto de viajeros tampoco se inmutaban.

– ¡Basta! ¡Pareces un niño pequeño!

Tras decirle esto, Shaurya se quedó paralizado y con los ojos llorosos, sorprendido de que un blanco le renegara. Pero poco después se durmió, a pesar de que sus familiares no pararan de conversar al lado. Yo también conseguí dormirme, tapado hasta las cejas en la manta, totalmente fatigado. Silvia no pegó ni ojo.

Niño en un templo de Khajuraho. Vía EPD.

Niño en un templo de Khajuraho.

Es curioso, en más de una ocasión he sentido esta falta de civismo o de conciencia colectiva en este país. Es como si a los indios el bienestar de los demás les importara un pimiento. Les da igual ensuciar las calles, tocar el claxon hasta morir o aguantar el berrinche innecesario de un niño. Tampoco les tiembla el pulso para encender la luz del compartimento en plena noche para cualquier tontería.

Más tarde me despertaría con la agradable sensación de que mi mochila se caía, e instintivamente la cogía por el asa, casi marchando para abajo con ella. Había más de dos metros de caída, y por poco se me sale el corazón por la boca. Después Silvia la colocó en su litera y estuvo encogida toda la noche. Para el siguiente tren creo que las mochilas van a ir en el suelo, y si nos roban, mala suerte.

lrm_export_20161029_094705

Chicas refugiándose del calor en el interior de un templo. En toda la India es obligatorio descalzarse para entrar en cualquier lugar sagrado.

Al llegar y asomarnos a la estación de Khajuraho, una manada de hombres nos asaltaron. Los precios de los rickshaws que ofrecían eran elevados. De pronto, un policía apareció corriendo tras ellos golpeando furiosamente el suelo con un largo palo de madera. Sus amenazas iban en serio. Pero su jurisdicción se acabó rápido y fuimos acosados igualmente nada más salir de la estación. Una pareja de turistas chinos, con el mismo problema que nosotros, se ofrecieron para compartir trayecto, y pactamos un precio de 50 rupias por pareja. Tuvimos que llevar las mochilas encima porque el maletón de los chinos ocupaba todo el maletero del cacharro. La mañana era cálida, húmeda y gris, y avanzábamos por una carretera rural, rodeados de verdes llanuras y de pequeños bosques.

El conductor estaba acompañado por un joven lazarillo (no sé cómo describirlo mejor). El chaval no paraba de preguntar de dónde éramos, a dónde íbamos, cuánto tiempo, si era nuestra primera vez en la India, y por supuesto, afirmaba que le encantaba España y el español. Este es uno de los casos en los que no sé si hablaba por curiosidad, amabilidad, para vender, o simplemente para fastidiar.

– ¿Te gusta Khajuraho?

– Bueno, estoy intentando que me guste. Estoy cansado.

Le contesté, con cara de pocos amigos. El adolescente me miraba fijamente a los ojos, sonriente. Se quedó mirando un rato, al más puro Indian style. Me armé de paciencia. Pero en todas las guías de viaje está escrito que no hay que fiarse de los conductores de rickshaw, y menos aún de sus acompañantes. Y mi humor no estaba para tonterías.

Al ver que no le daba juego, el lazarillo centró su atención en los chinos. Estábamos pasando por la zona vallada del aeropuerto de Khajuraho. Pronto llegaríamos al hotel y al ansiado descanso.

El pueblo no llega a los 34.000 habitantes, una cifra irrisoria para la India, y tiene aeropuerto. Y es que Kahurajo es conocido por sus antiguos templos hindúes y jainistas. Y sobre todo porque están decorados con esculturas eróticas. El porno levanta pasiones, aeropuertos, y otras cosas.

lrm_export_20161029_094513

Había poca gente, y menos mal. El calor era sofocante.

lrm_export_20161029_100255

No se sabe por qué hace más de mil años se esculpían estas escenas eróticas. Puede que fuera para proteger al edificio de los rayos (porque daban buena suerte), o para ilustrar el Kama Sutra. Que por cierto, no sólo hablaba de cómo hacer el amor, sino sobre cómo comportarse.

lrm_export_20161029_103243

Interior de un templo. Olía a meado y había murciélagos colgando del techo.

imgp5178-editar

Nótese el tamaño de Silvia junto al templo

La entrada para los nativos al recinto de los templos cuesta 30 rupias. Pero para los extranjeros cuesta nada menos que 500. Los templos son impresionantes, pero al estar confinados en un recinto cerrado, aislado, los he visitado con la sensación de estar en un parque de atracciones. No hemos tenido fuerzas para ver el pueblo.

Eso sí, nos hemos dado el capricho de alojarnos en un hotel de cinco estrellas, a precio indio. La entrada al hotel estaba decorada con un hortera túnel de flores rosas. Pero hemos disfrutado de un baño en su piscina, totalmente solos, mientras la lluvia del monzón caía sobre nosotros. Y ahora nos esperan Orchha y sus ruinas agarradas al bosque que crece junto al río Betwa.

El tren se balancea y partimos de nuevo.

imgp5194-editar

Estación de tren de Khajuraho. El rickshaw nos dejó en un camino cercano y tuvimos que entrar en la estación cruzando las vías.

 

Deja un comentario